Desde fuera del ombligo: Del saber al saber hacer: las pasantias estudiantiles y las practicas pre-profesionales
Publicado en el Diario El Clarin (Argentina), 30 julio, 2009
La extensión universitaria es una característica de las universidades que propende a incorporar la vocación social de acercar la universidad a la sociedad y que nació en América Latina recién en el marco de la reforma de Córdoba. Era una forma de transmitir saberes a las mayorías que no accedían a ingresar a las aulas. A pesar de su intencionalidad social, la extensión fue siempre marginal a la vida universitaria, apenas cultural e informativa, también para elites y siempre paternalista. No fue académica, curricular, ni planificada: sino actividades político culturales desarticuladas que finalmente derivaron en servicios complementarios para los propios estudiantes, cuando la Universidad se volvió a encerrar entre cuatro paredes. Tal modelo de extensión universitaria ha entrado en crisis desde los ochenta. Su uso como instrumento partidario, la masificación estudiantil o la expansión de las industrias culturales dejaron de darle significancia. En algunos casos se transformó en un decorado cultural asociado al marketing y al posicionamiento institucional de las Universidades.
Por suerte, en los últimos años ha irrumpido un nuevo paradigma de extensión y de relación entre las Universidades y su entorno, articulado a través de las pasantías y las prácticas pre-profesionales, y que incluye muchos componentes como parte de un nuevo contrato social entre Universidades y sociedades que promueve una articulación social, académica, curricular y solidaria, en lo que se comienza a llamar responsabilidad social universitaria o proyección social. Es también un tema de desarrollar formas de aprendizaje basadas en la educación práctica en un mundo de enorme renovación de los saberes. Es también una forma de la equidad y la solidaridad universitaria, y sin duda es un mecanismo eficaz para facilitar la empleabilidad de los miles de nuevos profesionales. En la región se ha ido avanzando lentamente hacia un modelo de extensión con un papel protagónico de los estudiantes a través de las pasantías, las prácticas pre-profesionales y el voluntariado universitario, como instrumentos académicos, creditizados, insertos en convenios y evaluados por los beneficiados. Es un nuevo escenario expandido desde fines de los 90 que, con matices y especificidades, ya es obligatorio en Venezuela, Argentina, Honduras, Guatemala, México, Ecuador y El Salvador y casi lo es en Brasil y Colombia. En otros países como Perú y Chile muchas universidades lo comienzan a incluir en su currículo. Es una realidad que necesita ser expandida fuertemente para modernizar nuestros esclerosados sistemas y que en alianzas y convenios con instituciones y empresas, se favorece el aprendizaje práctico, la retroalimentación curricular, la efectiva formación de capital humano y una mejor empleabilidad profesional. Inclusive la construcción de capital social cuando se asocia a formar competencias a sectores excluidos en dinámicas grupales e interdisciplinarias. Es un proceso complejo, contractualizado y cada vez más regulado en un borde entre el trabajo y la educación, que marca nuevas formas de relación entre ambos mundos y nuevas formas de ingreso al mercado laboral para los profesionales. Es también la expresión de un nuevo paradigma de la educación que abandona la educación catedrática, memorística y teoricista encerrada en las aulas, y promueve un efectivo aprendizaje a través del estudio de problemas, la práctica preprofesional y la adquisición de competencias hoy imprescindibles para el trabajo de los profesionales, como movilizar conocimientos y técnicas, resolver problemas productivos no previstos; o trabajar en equipos. Las pasantías sin embargo no se reducen al grado. También para la realización de las tesis o para el ejercicio en cada vez más profesiones, se exige la realización de largas prácticas y pasantías.
Hay un enorme cambio en los mercados laborales y nuevas complejidades de los procesos sociales y productivos, que reclaman nuevas habilidades y destrezas que no se logran apropiar bajo los tradicionales mecanismos educativos. Es parte de la agenda de las reformas universitarias. En Europa se asocia a la “cartera de competencias” y al “suplementario del título”, ejes del aumento de la calidad, la empleabilidad y la movilidad profesional. Es un nuevo mundo donde los profesionales no son operadores de una cadena de montaje de actividades estandarizadas, simples y repetitivas, ni menos aún teóricos de los procesos, sino que actúan en ámbitos productivos complejos, flexibles, multivariables, que implican complejas y diversas interacciones sociales en entornos multiculturales y que a su vez imponen un conjunto entrelazado y diferenciado de competencias no sólo asociadas a los conocimientos disciplinarios sino a una amplia variedad de otros saberes. Sin la práctica como instrumento para construir esas competencias genéricas, la educación se reduce a la enseñanza repetitiva, teórica, despegada de la realidad que caracteriza muchos de los sistemas universitarios, a tesis copias de párrafos de libros y al creciente desempleo de profesionales. De nada sirve el “saber” sin el “saber hacer” ni éste sin el “saber comunicar”, “el saber saber” ni mucho menos sin el “saber ser” que intenta incluir la formación ética tan necesaria en los nuevos escenarios mercantiles. Son los pasos de la nueva y necesaria reforma universitaria latinoamericana en el siglo XXI. Cuando la pasantía y las prácticas preprofesionales sea requisitos de graduación para los 19 millones de estudiantes universitarios de la región con lo cual sepan “saber hacer” también veremos como varios millones que acceden a estudios en condiciones de gratuidad, le devolverán a la sociedad sus competencias, habrán viabilizado ser eficaces profesionales en las empresas y también incorporado una nueva ética universitaria de solidaridad.
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