lunes, 30 de mayo de 2011

La inversión en educación y la competitividad

Ec. Claudio Rama (Dr. ED; Dr. DER)

Articulo publicado en el Diario La República (Uruguay)

Domingo 29 de mayo, 2011

El Informe de Competitividad Global del 2010 es un indicador que mide comparativamente en 139 países los factores que inciden en la competitividad y el crecimiento económico, y por ende ayuda a explicar las diferencias en la evolución del ingreso per cápita en los diversos países y su perspectiva futura. Los datos muestran que en la región sólo Chile en el puesto Nº 30, Puerto Rico en el Nº 41 y Barbados en el Nº 43 se encuentran entre los 50 países más competitivos del mundo. Les siguen Panamá (53), Costa Rica (56), Brasil (58). Uruguay está en el lugar 64 de la lista, y aunque el indicador muestra que estamos en la mitad del mundo, el país viene mejorando: era el Nº 75 en el 2008, el 65 en el 2009 y ahora es el 64, pero comparativamente países similares como Costa Rica y Panamá han mejorado más.

La competitividad es una expresión de muchos factores, políticas e instituciones que determinan el nivel de productividad en un país, y por ende de su capacidad de crear riqueza a inversamente de reducir su pobreza. Mide la capacidad de competir y beneficiarse. El informe mide 111 variables divididas en tres grandes áreas: los requerimientos básicos del desarrollo (derechos de propiedad, independencia judicial, costos de la violencia y delincuencia en negocios, confianza en la policia, calidad infraestructura, déficit fiscal, inflación, deuda pública, mortalidad infantil, esperanza de vida, cobertura educación primaria, gasto público educación); los potenciadores de eficiencia (cobertura y calidad en educación secundaria y terciaria, investigación y capacitación, políticas antimonopolio, nivel arancelario, regulaciones a los negocios, flexibilidad laboral, sofisticación mercado financiero, disponibilidad, absorción y transferencia de tecnologías de punta, tamaño del mercado local y exterior) y los factores de innovación (sofisticación de la producción, desarrollo de marketing, capacidad para innovar, calidad de instituciones científicas, gasto de las empresas en investigación y desarrollo, disponibilidad de ingenieros y científicos y patentes).

Alcanzar un mayor nivel de competitividad se traduciría en mayor producción de bienes y servicios y en una mayor riqueza nacional a distribuir. Aunque hay muchas variables en juego, la productividad depende en alto grado de la tecnología (capital físico) y la formación de los trabajadores (capital humano). Aunque en otros indicadores se ha avanzado, en las áreas de infraestructura y en formación de capital humano hay carencias significativas y dificultad de mejorar. El gobierno ha focalizado en infraestructura y educación los temas problemáticos. Ellos son reales limitaciones a la expansión económica y van a producir inflación y cuellos de botella sectoriales. Las asociaciones publico-privadas para invertir en infraestructura es una forma de abordar el problema y el aumento de la tributación es otra. Faltan sin embargo agendas reales de nuevas políticas educativas.

Más allá de políticas, como en este caso el centro es el nivel de inversión en formación de capital humano como determinante del mejoramiento de la productividad. Uruguay está haciendo un enorme esfuerzo en su presupuesto público pero sobre un mismo formato institucional, que no muestra mejorías significativas en los resultados, carece de evaluaciones, tiene una direccionalidad centralizada del gasto burocrático que ha derivado en bajo aprovechamiento por las unidades educativas para introducir innovaciones en la gestión, los currículos y las pedagogías. Hay una discusión de introducir la descentralización como formato alternativo. Pero a escala mundial, el problema no se reduce exclusivamente a políticas o al producto bruto público colocado en la educación, sino a la inversión nacional, tanto pública como privada, en educación. Por ello las sociedades están propendiendo a aumentar el volumen de inversión privada, tanto de las familias como de las empresas en educación.

En Uruguay, el gasto de las familias en educación es bajo comparativamente. Del gasto de los hogares, apenas el 2,5% se dedica a todos los rubros de educación. En educación terciaria, que es donde los aportes a la competitividad son mayores, el porcentaje del gasto se reduce al 0.3%. Gastan la mitad de lo que gastan en bebidas alcohólicas (0,6%), y la tercera parte de lo que se gasta en tabaco y cigarrillos (0,9%). En los sectores de mayores ingresos donde el nivel educativo del jefe hogar tiene 13 o .más años de educación, el gasto global en educación aumenta y destinan el 4,4% de su gasto total a educación, pero dominantemente focalizado en preescolar y primaria (1,4%) y en secundaria (1,2%), mientras que en la educación terciaria sólo invierten el 0,8% del gasto total de los hogares del país. No se gasta ni en postgrados. El formato es mandar a los hijos a las privadas en primaria y en secundaria, y luego enviarlos a la educación terciaria gratuita. Se podría decir que nos estamos fumando el futuro. En el país ya hemos tributado ampliamente, y así como en la inversión en infraestructura, habrá que pensar en ampliar la lógica de cómo encarar el tema educativo en el financiamiento.



[1] Decano Facultad de Ciencias Empresariales (UDE)